Ir al contenido principal

Desuso conlleva desaparición

Autorretrato de Utermohlen (2000)

Las tareas de casa, de Natalia Ginzburg, describe a una abuela y a sus hijos ya grandes, con esposas y retoños de visita en verano, y a través de ellos manifiesta el relevo generacional, el choque de edades, la herencia de costumbres, las tareas domésticas, etc. Leyendo desprevenido se consideraría el retrato de un hogar en vacaciones, la disposición de las familias contemporáneas. Pero es un ensayo. De los variopintos enfoques, seleccionaré el que centra la inutilidad de los oficios.

La abuela se levanta, aún de noche, y amanece en el sofá del comedor, queriendo ponerse a fregar y barrer. Espera, bebe café y fuma, «al acecho como un buitre», sabe que los niños despertaron y recuerda cuando, recién despiertos, bañaba a los suyos, los arreglaba, les servía café con leche y los sacaba afuera. Ahora sus nietos se quedan en la habitación, acompañados de historietas y bizcochos. Los padres aparecen sin chanclas —la madre se pregunta si desaparecerá la industria de chanclas y el café con leche—, beben jugos embotellados, revuelven huevos y untan el pan con Nutella. Les preguntan a los niños qué quieren comer y la indecisión los hace llorar, los regañan adoptando un cobarde «tono trágico» y no les gritan —la madre piensa que esto también desaparecerá—. Antes de irse a la playa, le insisten a la vieja que no haga aseo, que ya todo está hecho.

Pues ella rehace las camas, recoge los periódicos, barre y «al fregar los suelos, la madre tiene la duda de si está haciendo algo inútil». ¿El recuerdo de su madre, que tenía criadas —próximas a desaparecer o a utilizarse en labores de menos mortificantes—, o «un placer estéril o maniático» la mantienen en disposición del aseo, su único y extremista oficio? Las nueras, los hijos le reprochan no dedicarse a objetos más elevados: leer, enterarse de política; dos o tres ideas fosilizadas le bastan.

Siddhartha, por otro lado, después de su experiencia con los brahmanes y los samanas, al decidirse por lo mundano, se le fue extinguiendo poco a poco la «fuente sagrada», se le fue mermando la voz de su corazón, el comercio nubló el ascetismo, las mujeres el ayuno, las fiestas el pensamiento. Las cosas se «iban sumiendo una tras otra en el olvido hasta quedar cubiertas de polvo».

Todo esto es teoría de Lamarck a nivel de usos individuales y sociales. La abuela y Siddhartha ilustran la frase: desuso conlleva desaparición. Así como la industria de las chanclas, que los nuevos adultos no usan o les da pereza buscar debajo de la cama; el café con leche, que reemplazan los jugos embotellados; los regaños y las reconciliaciones instantáneas, la vieja desaparecerá. Lo que ve sentada, la casa que arregla a escondidas, los hábitos que aplicaba a sus hijos, serán carcomidos en el desván del recuerdo. Y del mismo modo el joven Siddhartha, que aprende las artes amatorias, se olvida de sus primeras enseñanzas, del llamado interior, aunque este lo haya impulsado a la ciudad.

La práctica instrumental, los ejercicios diarios fortifican el aprendizaje. Renunciar al uso constante malgasta la destreza en cualquier área. Me ocurre en la época de finales, o cuando me comprometo más allá de mis posibles. La molestia se presenta cuando se quiera olvidar algo y lo único que se consigue es repasar ese recuerdo. Sería como un santo huyendo de su predestinación. Pero en tal caso, «Saber olvidar, más es dicha que arte. Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no convendría...» (Gracián).

«Lo que no se hace todos los días, se olvida», juro haberlo leído de José Libardo. Por eso la abuela organiza las camas a su modo, trapea, barre, se demuestra útil, combate la desaparición moviéndose. El aventurero Siddhartha, después del lodazal en que se hunde, recobra el latido sigiloso dentro de sí y se entrega a su búsqueda vital. Las intromisiones del olvido se riñen con presencias; inmovilizarse es actitud de muertos; insistir, en lo que sea y cuando sea, permite abrirnos un lugar en el mundo.


___

Comentarios

  1. De una forma u otra, todo termina o terminará desapareciendo. Es como el olvido de las personas que ya no están, cuando no quede quien las recuerde ni siquiera serán memoria.
    El camino lleva esa dirección.

    Saludos,
    J.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Colado

A cat standing on it's hind legs , Louis Wain Eran las ocho en punto: saqué la arepa, el quesito, el huevo, el tomate y la cebolla de la nevera y me puse a hacer el desayuno estirándome a ratos, bostezando como si un diablillo apretara el botón de bostezos recién acababa de cerrar uno, y escuché las voces afuera: los niños de la del tercer piso yendo al colegio. — ¡Mami, mami gas! — ¡Gabriel, córrete, no pises eso! — Y se dirige a la amiga de enfrente — . Mana, ¿es del tuyo? — ¿Del tuyo qué? — Pues esto. — No, qué va ser mío mana. Abrí la puerta y era, para el gusto del ayuno y los dolores musculares, un charquito ya estancado de bilis con dos grumos de hojas; la bilis se detuvo terminando la escala y se estancó a lo largo del borde. Por lo menos los pasitos de los niños ni de la regañona le dieron arabesco de suela; pero el artífice de la sopa, el dueño de esos deshechos gástricos, el gatico, maullaba, queriendo entrar a mi casa, bregando a abrir con su tozuda cabezita...

Para que nadie vea

Farmento de la portada de Milagros Sefair El campo está despierto alrededor de ti en el cuadro Najwan Darwish: Elegía de un niño dormido   Sobre los escombros de tu casa, niña, y abrazando un peluche — si es que te enteras que lo abrazas único muelle entre las rocosidades y los edificios maltrechos — estás. Fátima Shbair te fotografió en Beir Hanoun, Gaza, cuando los palestinos reponían sus albergues intervalo de cese al fuego. ¿Es tu hogar, niña, y son esos edificios agujereados y escuálidos los hogares de tus vecinos? Once días de combate para una calma desde la cual divisas como si hubieras aparecido allí la devastación que figuras en tu contra.   Quién sabe si la niña cuando abraza al peluche es al peluche a quien abraza... O quién sabe si es a alguien más: a quien no ha encontrado.   Pero, repito, quién sabe: todavía nos aturden las bombas que, ¡lástima por ellos !, no dieron en el blanco... Y nos aturdirán las ...

«Del Paraíso a la Nakba: 75 años de la resistencia Palestina»

Volante Presentación enmarcada en la iniciativa española "Poesía por Palestina. Versos contra el genocidio" del 20 de enero (enero 21 de 2024).