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La del rincón

Círculos de Interacción, Participación y Acción Social (CIPAS), 2014


—... y le cambiamos los ovillos por ahi dos o tres veces al mes, según nos acordemos —contestó la hermanita.

Suele aparecerse, trayendo su aroma a caramelo, y pregunta por la enfermera.

—Abajo — le decimos.

Y le atraviesan una aguja.

Mantiene reclinada en la silla de reposo, con la boca abierta, recipiente de alados, y la cánula nasal descendiendo al tanque.

A nosotros nos ponen a desgranas pastillas vencidas en una coca; luego la pasan a un sartén, le echan agua y la hierven.

Mientras nos aporreamos el hiponiquio la vemos; de reojo es un cúmulo amorfo; de frente es como una luna enruanada, esperando que la muevan.

El ovillo es porque enseñaba bordado.

Se lo ponen delante de los ojos y le muestran la aguja:

—Aquí la tiene ¿bueno?

El resto del día se centra en los comensales eternos, inamovibles por comodidad o miedo de perderse el timbre, en la sala.

La única vez que nos demoramos, para acostar a la viejita, ya habían dejado a mi compañera limpiarle la nalga a uno del primer piso, vimos escenas campestres, ranchitos coloniales y gatos bocarriba en la pared izquierda.

Hacia donde ve la durmiente.

Por la noche y por la mañana, sus cuadros le recuerdan los tiempos de niños con piojos, las madres primerizas.

O no recuerdan más que la pared y las escenas, y las manos que la sacaban de la cama.

Y los ovillos cambiados, el color elegido por el estado anímico de una enfermera o la palidez climática.

Las bolsas con pastillas, renovadas con las donaciones, ocupaban el fondo de la sala; y, una vez mecanizado el desgrane, nos preguntábamos cómo sería que enseñaran a bordar en el colegio, que ella fuera nuestra profesora y que, al otro día, fuéramos a hacer una bufanda.

—Se la pondríamos...

—En cada visita.

»Aunque no sepa quién se la trae.

—Ni cuándo nos enseñó a hacerla.

 

El Pedregal, febrero 11 de 2025


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Catártica, "Tejer", Xalapa-Enríquez, México, febrero de 2025

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