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Desgaste

Kenne Gregoire

Néstor, en el primer canto de la Ilíada, para dar peso a su dictamen sobre la pelea Aquiles-Agamenón, menciona que, por viejo («durante su vida ya se habían consumido dos generaciones / de míseros mortales que con él se habían criado y nacido / en la muy divina Pilo, y ya de los terceros era soberano»), y porque había tratado con hombres aún más bravos que ellos, los cuales siempre atendieron sus palabras, se le debía tomar en consideración... Interesa lo que afirma acerca de los lápitas que combatieron a los centauros: no ha visto ni cree que vuelva a ver a hombres tales, de su nivel, de su empeño, solícitos a reñir contra los más fuertes. Ninguno de los mortales contemporáneos de la guerra de Troya les habría combatido.

Philipp Mailänder, seudónimo de Philipp Batz, que, fiel a su pensamiento, un día después de publicar su obra magna, Filosofía de la redención, se ahorca (hay una continuidad de esta muerte: su hermana, Minna, recopila sus ensayos como segundo volumen, y se suicida…), dice que la muerte de Dios (no de mano del hombre sino por su voluntad: pasó del ser al no ser), de la unidad originaria, fue el génesis del Universo con su pluralidad y antropía, y con su ley de sufrimiento. Sin embargo, como Dios es omnipotente (o, simplemente, es), aún se conserva en la disgregación de sí, en lo que generó su suicidio: «Transitó hacia la nada a través del devenir y la disgregación en un mundo real, cuya ley universal necesariamente habría de ser el debilitamiento siempre creciente de la suma de fuerzas». Es por esto que la unidad originaria y su voluntad se conservan y se orientan hacia la destrucción de lo diverso, de lo múltiple, para resucitar a Dios (restaurar su ser).

Lo más común de la filosofía de Mailänder es tomar la redención (el suicidio, la no herencia de la vida) como tema principal. Pero que este caso sea diferente: el desgaste de los intentos, del vigor, del verberar de la permanencia son los restos de la unidad originaria volviendo a sí, encontrándose en medio del caos. Entonces el sufrimiento crece con la pluralidad, y ya que el tesón del Uno se reencuentra, se rehace, imposibilita, lo más que puede, cualquier tentativa de disolverla. La agonía de Dios, ansioso por no ser, se encuentra en todas las acciones naturales: si no pudo disolverse en la nada, es la prueba fallida lo que nos dejó. 

Retomemos a Néstor: los mortales que se han consumido hasta su vejez son la dispersión de la unidad originaria: son variedad (y, por ende, sufrimiento) que en su continuación se debilitan: los lápitas de antes no son los mismos de su entonces: por eso duda encontrar a hombres tan bravos como ellos, dignos del obstáculo y la aspereza. «Lo que busca la destrucción de lo otro, siembra sufrimiento y termina por agotarse en la batalla»: la guerra en Ucrania, las disidencias de las FARC, las AGC y el ELN. «Lo que crece, envejece»: los hábitos siguen siendo hábitos aún si el cuerpo que los adquirió fue joven y ahora achacoso: la humanidad, los seres se debilitan: ya no hay semidioses para escribir mitos; ya no hay quien sirva de hombro de gigante; «ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias». «La procreación engendra más dispersión y decadencia» (porque se suma a la agonía de Dios): los mortales en las riberas de Troya no pueden combatir a los vencedores de los centauros; los mortales de ahora no tienen el ánimo de los aqueos.

Lo mismo sucede con los modelos: quien imita es una especie menor de lo imitado, no solo por ser en sí, sino también por intentar, a sabiendas de su subordinación, lo que otro ya es. La persona que ostenta vivir mejor en otra nación, es un ciudadano de segunda mano. El complejo de hideputa engendra réplicas menores: es la imitación de Hércules Farnesio en plastilina. Y lo más común de la especie humana es que otro nos enseñe la cultura, a falta del poco instinto que tenemos: se recoge lo mayor de otros, la comunión de los saberes que preceden al estudiante, para nutrir la debilidad del presente, y se llegará al fin del tiempo con muchas cosas para hacer reír a la nada.

Resulta paradójico que Batz, acelerando la unidad primigenia, lance unas páginas a la historia de la filosofía, una idea al suicidio, e influencie a otros pensadores. Ante lo cual, suicidarse no le valió mucho para no ser: «La muerte no oculta misterio alguno. No abre ninguna puerta. Es el fin de un ser humano. Lo que sobrevive después de él es lo que ha dado a los demás seres humanos, lo que permanece en la memoria de estos». Y aquí está de nuevo, sirviéndome con lo que hizo en su vida, haciéndonos conscientes de otra razón del sufrimiento: uno que padecemos por ser.


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