| Bitácora del Pequod, 2025 |
En moto equipada por los caminos del Barbosa y los
oyentes parándose del mueble o del colchón sin tendido, porque es día de
voltear la casa y reubicarla, al ventanón y a seguirlas dos ruedas que paran en
los cruces y deciden para dónde ir, si al colegio donde se gradúan las familias
que lo rodean o arriba pero es lomudo y termina en polvo y rocas o al otro que
por ahí pasa la mazamorra, los chanceros, los que registran los
electrodomésticos y los plasmas para bajarle o subirle las ayudas
gubernamentales algo así. Que el circo, las funciones, una para pequeños y otra
para adultos, la última, y los complementos del espectáculo, nada de mujeres
peludas, que lo alcen a uno hasta el cenit de la carpa y lo bajen hasta los
sustratos del país al que veo lejos la llegada si no es o de mochilero o con
una beca no me elige; de enanos que metan a sus bolsillos ruedas de tractomula
o hélices y que empujen a cuatro barrigonas por caridad llevadas; de elefantes
en triciclos o leones meando las primeras bancas o el ejército de la nación
ocupada en la mente del ficticio.
Nada de eso pero
valía la pena, siempre la vale, salir a entretenerse en las horas que no llenan
la vista, que no lo ponen a guardar estornudos porque no hay una de esas biologías
completas que lo abstienen; y planeamos con tiempo el vestir la demora, el un
tiempo antes de novias de papá con hermanastra inclusive o tiquete regalo de
bienestarino por acercarse a la oficina de la que ahora ni los reconoce, el Vuela, vuela que pone al más pordiosero
de los académicos a repetir y a tamborilear las nalgas planchas, los formatos
del curso con el que van a perder lo del tinto y del pasaje y la fuleada de los
con quienes vive.
Bajamos por la calle,
perfumeaditos y con la gomina fresca, pegados del brazo, creo que ya comidos o
con una tripa separada, el toldo con los personajes que, sabíamos, no iban a
aparecer porque los contrataron en los estudios yanquis, solo caramelo para
ansiosos, robustos y pedigüeños menores de la mano del uñas sucias y la pasada
de gordita. Enfilamos, no era grande, y me mandó a preguntar en el rectángulo
de una puerta por el cual recibían los pesos, diez mil, y entregaban una boleta
a devolver; la fila se alargó con el rato de música y las variedades repetidas,
de luces encontrándose con los ojos para tirarlos al destello, y la gente fue
uniéndose a la glorita Balvanera, nosotros viendo por la mira de su
francotirador a los conocidos y sus acompañantes, el exceso de polvo o la blusa
repetida, o el que hace poco terminó con la novia y ya está sacando a una
amiguita de ella, muy lindos, un sábado por la noche, con viento leve, las luciérnagas
por escalas y la admiración en los callejones del pueblo.
Dejaron entrar al
rato, casi una hora y media esperando en la yerbita, oliendo la grasa de las
crispetas, miaos de caballo hervidos, fuerte, al primer círculo de los
venteros, perros, papitas, mangos rayados o en tajadas, manzanas de caramelo,
helados, gaseosas, aguas, y otros chuzos, emprendimientos del
funambulista-malabarista. Pasamos adentro, las gradas de madera y unos puestos
reservados, sillas plásticas blancas por cinco mil, yo no quería pero entramos,
la mayoría en las gradas y tres parejas adelante, sabiendo que sus cuellos eran
vistos, reparados, consideración de gente regulonga.
Chilenito empezó la
función, encargado en insultar a las trozas, primas, dieciochoañeras con imagen
de treintonas, cuidadoras de sobrinos, con uno de gabán que lo sobaba cuando no
le tocaba diálogo; también se enamoró de un gordo, opuesto a la troza, que cada
que lo mencionaban bajaba la cachucha y se tocaba el ombligo. Siguió el
acróbata-lanzador de cuchillos, los aplausos antes de una hazaña y el
equilibrio de la rueda en la soga; pasó la muchacha, una ruedista que nos hacía
pensar en cuántas funciones han pasado, la última en Copacabana, y lo que les
falta para ampliarse y no deberle al dueño del conjunto: era de una belleza
reconocida por otras mujeres, un censo común que no distraía las acrobacias,
las cinco ruedas por brazos y aumentando; después, un monólogo de Chilenito, se
gozó de las dos ayudantías, unos campeches de tez quemada y brazos de anca,
torpes y diestros para recibir los regalos distribuidos al público, y el globo
de la muerte, presentada por el gabán, con énfasis en los accidentados que
tampoco habría.
Descansamos por orden
de este en el comercio redondo, persistían los miaos de las crispetas, y
supimos que los dos en frente de ambos, aunque si nos preguntan no daremos la
misma interpretación, eran los que recibían la plata de las sillas vip, la
esposa del hombre, con una niña en brazos y otra que recibía chistes
preferenciales, obligatorios, vomitaba en, justo, la mesa del medio, rodeada
por muchachas sacándole a sus tinieblos y a sus padres, por los conos
desempacados y las papitas bañadas en salsa roja descolorida. Nosotros tomamos
gaseosa y le veíamos el cabello cogido por la hija y el agua condensada,
verduzca y con grumos, caer en la yerba; el esposo, un celular en el oído y
otro en la mano, con Chilenito, la sacaron del entreacto y volvimos, uno que
otro le compró dulces o bombones o fresitas al de la cresta que hace poco
exigía aplausos, al puesto.
Ya sabíamos quién era
el público, y el gabán, vestido de detective, los ojos ahumados y el cabello
húmedo, como de luchador en emisión especial, dio apertura a la sesión
colectiva de hipnosis. Llamó varias veces amenazando con acabar la noche si no
participaban, empezó de nuevo el ruego y fueron saliendo los jovencitos, las
parejas, los adultos mancebos y la prima gorda. Los puso en orden y les pidió
relajar las manos, cerrar los ojos, algo así, y dando chasquidos les tocó los
cuellos y fueron durmiendo; menos una de enterizo, que mirada de reojo a su
novio, y otra que no se concentraba por las risas. Los ayudantes, cogedores de
café sin cosecha, acostaron cojines para que se acostaran; ahí eliminó a otros
prevenidos, no los ayudó a pararse, y los devolvió al vientre de la mamá, los
metió a una piscina... llena de tórtolas ahogadas, los levantó y los puso a menearse,
primero solos, el requetón, y luego, combinados, bachata, y terminaron, uno
adulto, punteando una viga a lo caballo loco; ese con la pareja de Patricia
Teherán reencarnada fueron espadachines y así hasta sentar a una muchacha en
las piernas del inocente y despertarla... Fueron los últimos y, mientras ella
se iba, le recordaron el estriptis le hizo al que tenía al lado, un amiguito
gay. Se despidió el gabán recordando que no es brujo, que el contenido de la
sesión fue porque era horario de grandes y nos mandó para afuera con la basura
que habíamos cargado y la invitación para la próxima semana seguirían dando oso
a los paisanos.
El Pedregal, julio 22 de 2025
___
Bitácora del Pequod, «Circo», Vol. 3: Moby Read, agosto de 2025.
Comentarios
Publicar un comentario